Mil ejemplares. Imágenes: Jesús Escabernal.
Mezcalero Brothers, 2013.
En El matemático negro, el
lenguaje de José Miguel Lecumberri aviva el avanzar del tiempo, de sus
dimensiones eternas, en el pensamiento y en la realidad. Quizá también en el
alma. Su vaivén desacelera el giro de las cosas y permanece luego el vacío
sólo. La vacuidad. El deseo. La piel y el cuerpo como evidencias de lo
permanente, de la constante brega por ser indelebles ante el paso de la nada
sobre nosotros, ante aquel vértigo que nos provoca el dejar de existir; la gana
de comprobar, en carne propia, que no existe la existencia. Pero, diría Cioran,
existir es vibrar al contacto con el
vacío que está en nosotros. Por lo tanto, fracasa, finalmente, el Matemático
en su afán. Tal
vez la travesía fue guiada por el faro de aquella pregunta que hizo alguna vez
Lautrémont. ¿Qué razones tienen para amar
la existencia? Y es a través de esta reflexión que su búsqueda cobra
sentido. Porque es de adentro de donde brota, de lo más hondo
del interior del hombre, de su infierno irreductible, la nada, dice
Zambrano. Sólo perdiéndose, es capaz uno de hallarse. Apunta
el autor que toda caricia es una herida
poética. Como lectores terminamos desahuciados, entonces. Agonizantes. Y
pronto leemos que se puede morir / como
un / beso / sin preguntar / nada. Quedan hechas las preguntas todas al
cerrar las pastas. Queda escrito el poema sobre la existencia que tercamente se
resiste a la fórmula que la niega. El uróboros empedernido salva al Matemático
de su inminente destrucción. Me atrevería a decir que salva, incluso, al
escritor y sus fantasmas. Y así es que al final queda, sobre todo, la poesía de
Lecumberri, a la vez nítida y arcana, para salvarnos de nosotros mismos.
Lucero García Flores
No hay comentarios:
Publicar un comentario